Miguel tenía 26 años y vivía en el barrio San Cayetano, en San Miguel de Tucumán. Trabajaba en la economía popular y era padre de una niña. Durante años atravesó una situación de consumo problemático de sustancias, en la que buscó distintas formas de recuperarse sin lograrlo. Su historia, como la de tantos jóvenes de sectores populares, refleja un contexto de vulneración de derechos que el Estado no atendió.
