Para seguir pensando:

Una sección pensada para compartir materiales que nos ayuden a mirar el mundo con lentes críticos, sensibles y comprometidos con los derechos humanos. En esta edición, la recomendación llega de la mano de Antonella Cardozo Cásares, asistente de la línea de comunicación, que nos invita a reflexionar desde una perspectiva comprometida sobre la serie División Palermo.

División Palermo nos incomoda, hace humor con lo que no se debe. Un grupo de minorías se convierten en una suerte de monodroga de la policía, cuidan la ciudad pero desde otro lugar - no reprimen jubilados -  velan porque se respeten las normas de convivencia en la ciudad.

La sinópsis reza: “Una guardia urbana inclusiva, creada para mejorar la imagen de las fuerzas de seguridad, pone en riesgo su vida al enfrentarse sin quererlo con unos extraños criminales.” En su temporada dos “La Guardia Urbana" se expande y el caos también. En plena campaña electoral, el barrio está más peligroso que nunca. Para investigar a una banda criminal que opera desde el café de especialidad Cuero Café, los Servicios de Inteligencia reclutan a Felipe Rozenfeld. La ciudad no está lista. La División Palermo, mucho menos.”

Como tucumana por supuesto que lo primero que tengo que decir es que es muy porteña pero es destacable el recurso de la autorreferencia traído constantemente para reírse de sí mismo. El policía no se come un apretado de mortadela y queso sino que pide un flat white con algo gluten free porque le hace mal.

Sus capítulos cortos, de 24 minutos, hacen que sea muy tentadora de maratonearla. Además juegan con distintos tipos de humor. Desde el momento que inicia te estas riendo, ya sea un humor físico, con los diálogos, la caracterización de los personajes o con la construcción de la escenografía. Hay gags y bromas constantemente que podrían pasar por burdos. Sin embargo, a través de la misión secreta del agente Felipe Rozenfeld, la trama nos va develando una fuerte crítica social que pone el ojo en el accionar de las fuerzas policiales, como así también en la dirigencia política.

Carolina Ponce, ministra de seguridad y Claudio Navarro, su opositor político, se disputan la imagen mediática de cara a las elecciones. La broma a lo largo de toda la temporada está en cómo se juegan su imagen en redes y miden cada paso en términos de “likes”. En esa pelea superficial se revelan algunos hilos del poder que nos hace preguntarnos, como siempre, qué se mueve atrás mientras el espectáculo continúa.

La serie se burla, pero también señala con crudeza. Hay algo de espejo en los personajes y en las situaciones: la facilidad con la que aceptamos lo inaceptable. Nos reímos pero en ese absurdo se instalan preguntas incómodas ¿Cuánto más?

Nos reímos, pero no es broma.

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