Cumbre Global de Mujeres Indígenas en la Conferencia de las Partes No. 30: cuando la defensa del territorio vuelve a poner en evidencia lo que los Estados no quieren escuchar

Desde Andhes, durante la primera semana en que se desarrolló la COP 30 en Belem do Pará, estuvimos participando en espacios alternativos. Victoria Fernandez Almeida, coordinadora del área de Derechos, económicos, sociales, culturales y ambientales estuvo participando de las dos jornadas en que se desarrolló la Cumbre.

Los días 12 y 13 de noviembre, en el Museu Emilio Goeldi de Belém do Pará, la Cumbre Global de Mujeres y Juventudes Indígenas reunió voces de diferentes países de siete regiones socioculturales del mundo - México, Guatemala, El Salvador, Dominica, Antigua, Brasil, Argentina, Chile, Perú, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bangladesh, Nepal, Filipinas, Angola, Madagascar, Nigeria y Rusia. 

Fue un encuentro paralelo a la COP30, pero en realidad funcionó como lo que la propia COP no logra ser: un espacio donde se habla con claridad sobre las raíces del colapso climático y sobre quiénes llevan históricamente sosteniendo la vida en los territorios.

Mientras los Estados discuten metas abstractas, inventarios de emisiones y compromisos voluntarios, las mujeres indígenas recordaron algo que el sistema internacional insiste en desoír: no habrá justicia climática sin justicia territorial, y no habrá transición justa sin escuchar, respetar y financiar a quienes han sido históricamente las guardianas del agua, del bosque, de los glaciares, del monte y de los ciclos que los gobiernos solo leen en gráficos.

En los paneles se planteó algo que parece obvio y sin embargo nunca termina de asumirse: los compromisos climáticos firmados hace años —la CMNUCC, el Acuerdo de París, la Recomendación General 39 de CEDAW— no se traducen en políticas que lleguen a los territorios, y mucho menos en financiamiento directo para las iniciativas lideradas por mujeres indígenas.

Mientras se invierten millones en consultoras, bancos multilaterales y “alianzas público-privadas”, las defensoras que arriesgan su vida para detener desmontes, megaproyectos extractivos o ríos contaminados siguen sin recursos, sin protección y sin participación vinculante.


¿Qué esta sucediendo en los territorios comunitarios?

Las mujeres provenientes de diferentes regiones del mundo llevaron al encuentro relatos profundamente situados que permiten entender, con nombre propio y cuerpo presente, qué significa hoy vivir en territorios atravesados por el cambio climático y las políticas extractivas. Desde el Ártico ruso describieron cómo el deshielo ya no es una amenaza futura sino una realidad diaria: el hielo que antes sostenía la vida comunitaria se rompe antes de tiempo, los peces alteran sus rutas migratorias y las familias ven cada año más difícil garantizar su alimentación. En África, narraron una crisis que avanza rápidamente: temporadas enteras sin lluvias, suelos que ya no logran retener humedad, animales que mueren en masa, y comunidades obligadas a desplazarse para buscar agua, convirtiendo la escasez en una forma de violencia cotidiana.

Desde Brasil, las participantes mostraron la contradicción de una transición energética que promete un futuro sostenible pero continúa destruyendo los territorios que sostienen esa misma promesa. Relataron cómo la deforestación, los incendios y los megaproyectos avanzan en nombre de la economía verde, mientras se siguen habilitando concesiones petroleras que profundizan la dependencia de los combustibles fósiles. Y desde el sur del continente, particularmente desde los Andes y la Amazonía, las mujeres compartieron testimonios de cómo sus regiones están siendo transformadas en verdaderas zonas de sacrificio: áreas donde la extracción de litio, cobre y otros “minerales de transición” redefine paisajes, agota fuentes de agua y tensiona la vida cotidiana de las comunidades, que enfrentan simultáneamente contaminación, criminalización y desplazamiento.

Todas estas voces, puestas en diálogo, revelan un mapa global que se repite con variaciones: territorios fracturados, ecosistemas desbordados y comunidades que sostienen la vida pese a políticas que las relegan a los márgenes. 


Transición no a cualquier costo 

Los debates en torno a la transición energética se desplegaron desde múltiples experiencias territoriales y se enfocaron en problematizar las formas concretas que este proceso está adoptando en distintas regiones del mundo. Las mujeres indígenas destacaron que, aunque la transición se presenta como una solución climática “verde”, en muchos territorios está reproduciendo viejas lógicas extractivas: expansión del litio, acaparamiento de tierras, presión sobre fuentes de agua, corredores energéticos que no respetan la consulta previa y proyectos que desconocen los sistemas de vida de las comunidades.

A partir de relatos de América Latina, África, Asia y el Ártico, se hizo visible cómo los impactos de la transición no son uniformes. En algunos territorios, los proyectos de energías renovables están modificando la relación con los animales, las fuentes de alimento y la movilidad comunitaria; en otros, están alterando formas de organización, sistemas productivos tradicionales y espacios considerados sagrados. Las mujeres subrayaron que estos procesos se sienten primero —y con más fuerza— en los cuerpos de quienes sostienen la vida cotidiana: las que buscan agua, cultivan, cuidan, negocian con el Estado y resisten cuando la presión extractiva avanza.

En este sentido, se insistió en que el rol de las comunidades indígenas, y especialmente de las mujeres, es central no sólo para denunciar los efectos adversos de la transición tal como se está implementando, sino para proponer caminos alternativos basados en la reciprocidad, la protección del territorio, la justicia climática y la autodeterminación. Sus intervenciones aportaron una perspectiva que conecta conocimientos ancestrales, prácticas comunitarias de cuidado y estrategias políticas que buscan transformar la transición energética en un proceso verdaderamente justo, participativo y respetuoso de la diversidad de mundos que sostienen la vida en el planeta.


Soluciones que no vienen de afuera

Lejos de las promesas tecnocráticas, las mujeres indígenas hablaron de resiliencia, de transmisión intergeneracional del conocimiento y de la necesidad de planes de acción climática que no sólo mencionen a los pueblos indígenas, sino que los sitúen en el centro. También insistieron en un reclamo histórico: el financiamiento directo, sin intermediarios, aún ausente en la brecha entre las declaraciones rimbombantes y las transformaciones reales.

En cada intervención asomó la memoria del daño. La minería, el petróleo, los mega embalses, los agronegocios, la criminalización y la militarización de los territorios. El cambio climático no es un fenómeno natural: es el síntoma de un sistema que expulsa, empobrece y mata.

La plenaria del segundo día, al presentar las conclusiones comunes y la declaración política, dejó en evidencia lo que los Estados prefieren no mirar: que la acción climática no puede seguir asentada en una arquitectura internacional que excluye y margina a quienes conocen de primera mano cómo se destruye un territorio y cómo se lo cuida.

Mientras en las salas oficiales de la COP abundan las palabras “retos”, “oportunidades” y “ambición”, en esta Cumbre se habló de vida, soberanía, autonomía, reparación y sobrevivencia colectiva. Y se habló con una claridad incómoda: los Estados no están cumpliendo sus obligaciones y, sin cambios estructurales, no las van a cumplir.

La Cumbre Global de Mujeres y Juventudes Indígenas no fue un evento decorativo paralelo a la COP30. Tuvo un objetivo concreto: elaborar un documento político que luego fue llevado a los distintos espacios de negociación dentro de la Conferencia. Fue, sobre todo, un recordatorio de que el corazón de la respuesta climática no está en las mesas de negociación, sino en las comunidades que desde hace siglos habitan y protegen los ecosistemas que el mundo intenta salvar a contrarreloj.

Si los Estados realmente quieren evitar un punto de no retorno, deben primero escuchar a quienes han sostenido la posibilidad misma de futuro a lo largo de generaciones. La pregunta ya no es si el mundo puede permitirse incorporar el liderazgo de las mujeres indígenas en la acción climática. La pregunta es si puede permitirse seguir ignorándolo.

Coordinadora del área DESCA (Derechos Económicos Sociales Culturales y Ambientales) de ANDHES Abogada, investigadora becaria del CONICET

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