Para seguir pensando #3

La isla de perros (2018), dirigida por Wes Anderson, es una película animada con una estética preciosa, como nos tiene acostumbrades este director, que utiliza una técnica particular: el stop motion. A simple vista, se presenta como una fábula, pero al adentrarnos descubrimos una profunda reflexión sobre lo que significa ser “ser humano” y las formas de conformación de una estructura social actual.

La historia transcurre en un Japón futurista, en la ciudad de Megasaki, donde, tras una epidemia que amenaza con expandirse a los humanos, las autoridades deciden desterrar a todos los perros a una isla de basura. La decisión política se legitima en nombre de la salud pública, pero rápidamente se entrelazan intereses de la ciencia, la corrupción y la yakuza, la mafia japonesa.

La metáfora es clara: los perros representan a los grupos sociales marginados, pensados desde la exclusión social generada por las lógicas capitalistas y las relaciones de desigualdad que estas reproducen. Como ocurre en nuestra realidad, se construye un “Otro” peligroso que debe ser expulsado del espacio común, invisibilizado y relegado a los márgenes, sin posibilidad de una participación plena en la sociedad. Así, la película pone en evidencia mecanismos de segregación social estructural, que naturalizan desigualdades y consolidan jerarquías de poder, tanto entre seres humanos como entre especies.

En ese sentido, La isla de perros no es solo una historia fantástica, sino también un espejo crítico de nuestras sociedades. Nos empuja a pensar qué pasa cuando se justifican decisiones autoritarias en nombre de un supuesto bien común, cómo se instalan discursos que legitiman el odio, la exclusión y qué desafíos enfrentamos para construir sociedades más democráticas. 

La película nos recuerda que una convivencia democrática se sostiene en el acceso, el reconocimiento y la igualdad, construidos a través de estrategias colectivas y comunitarias. Nos deja pensando que, incluso en contextos de extrema desigualdad y control social, no se debe abandonar la tarea de resistir, no solo como desafío, sino como práctica de lucha.



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