Radiografía de la injusticia #3

En esta edición, Iara Rivero de la Línea de Educación y participación democrática nos acerca un dato para pensar en clave de educación digital:

Alrededor del 60% de los niños, niñas y adolescentes dice poder identificar si un sitio web es confiable y si la información que encuentra es correcta o verdadera. No obstante, el 60% también afirma que el primer resultado que ofrecen los buscadores es siempre el más adecuado. Fuente: Encuesta Kids Online Argentina 2025

Este dato hecho de dos datos nos habla, por un lado, de lo pobres que son nuestras habilidades digitales y, por otro, de lo pobre que es nuestra percepción sobre esas habilidades. 

En primer lugar, que 6 de cada 10 niños, niñas y adolescentes, a través de distintos estratos sociales, consideren que el primer resultado al que arriban siempre es el más adecuado, es un problema. Si estamos hablando de un buscador clásico, como Google, la que suele ordenar los primeros resultados es la publicidad, es decir, las prioridades del mercado. Si estamos hablando de una Inteligencia Artificial generativa de lenguaje, como Chat GPT, el primer resultado es el menos personalizado, en el que menos han incidido. Este mismo informe elaborado por UNICEF da cuenta que el 58% de las niñas, niños y adolescentes han utilizado Chat GPT, siendo los usos predominantes “resolver algún trabajo para la escuela” (66%) y “pedirle información sobre temas de interés” (44%). Para los y las estudiantes, la IA es a la vez un buscador y un asistente de escritura escolar.

Tenemos entonces una mayoría de niños, niñas y adolescentes que acuden a los buscadores y a la Inteligencia Artificial como si fueran fuentes indiscutibles de información y que además no son conscientes de que están haciendo un uso acotado, llano y algo inocente de estas herramientas. Parecen objetos prácticamente mágicos, sobre los que no hacemos muchas preguntas. Mientras debatimos si los celulares en las aulas deberían prohibirse o regularse, los y las adolescentes siguen egresando de la escuela secundaria sin haber tenido espacios donde diseccionar las tecnologías que utilizan a diario, sin haber cuestionado sus diseños o analizado los intereses que las atraviesan y sin haber reconocido su derecho inalienable a habitar el Internet desde la ciudadanía. 

El vínculo entre educación y tecnología suele agitar dos fantasmas. Del lado de los tecnófilos, el temor de que la escuela no esté preparando para el futuro, que no estemos desarrollando las habilidades adecuadas para competir en el mercado laboral que se viene. Del lado de los tecnofóbicos, el temor de estar delegando nuestras facultades, es decir, de ir perdiendo de generación en generación la capacidad de hacer aquellas cosas que le confiamos a la tecnología. Ambos temores tienen su fundamento. Puede afirmarse que la incorporación de la IA cambiará la matriz productiva, pero nadie puede decir hoy con seguridad que sabe cómo serán los trabajos del futuro. Al mismo tiempo, el aprendizaje es consecuencia de la actividad. No hay atajos. Si otro escribe por nosotros, nos perderemos de investigar más sobre el tema en cuestión para poder explicarlo, de atravesar el encadenamiento lógico de las ideas, de asociar la forma al contenido, de considerar el destinatario y el propósito, de analizar críticamente nuestras propias ideas en el ida y vuelta del proceso de producción. 

Sobran los interrogantes y faltan los espacios para desplegarlos en comunidad. Quienes postulan que la escuela debe enseñar a “promptear”, ¿consideran que se puede ser hábil en el uso de la IA, auditarla o guiarla, y al mismo tiempo no ser capaz de escribir cuatro o cinco carillas propias y coherentes, porque nunca hubo que hacerlo? ¿Quién escribirá los libros de mañana si la atención profunda y continuada necesaria para sostener 50 o 100 páginas de lectura es un bien cada vez más escaso? 

El gobierno nacional anunció a fines de julio una renovación curricular donde uno de los ejes es: “PAIDEIA – Programa Argentino de Innovación de la Educación con Inteligencia Artificial” (Destape, 2025). Con pocas semanas de diferencia, el gobierno provincial de Tucumán anunció una capacitación en IA que alcanzaría a 25.000 docentes dictada a través de la empresa Digital House (La Gaceta). En ambos casos es difícil encontrar detalles sobre el contenido o la orientación de estas propuestas. Afirmaciones como: “Esto llegó para quedarse” y “Hay que adaptarse a los nuevos tiempos” más que invitar a la conversación parecen estar destinadas a zanjarla. 

Hoy el campo está abierto y todo se siente nuevo pero, ¿quién va a definir las coordenadas sobre lo que implica darle un “uso pedagógico” a la IA? ¿Pueden ser las mismas compañías que se benefician de nuestros sesgos cognitivos las que lideren este debate? ¿Estamos todos los actores necesarios invitados a esa mesa de discusión? ¿Habrá que patear la puerta para instalar la duda sobre qué usos queremos promover en qué edades y con qué fines? ¿Hay habilidades básicas que todavía creemos necesario desarrollar, aunque las máquinas puedan suplirlas, porque son condición indispensable para aprender a pensar y enfrentar situaciones de alta demanda cognitiva? 

El gobierno nacional afirma que Argentina podría ser el próximo hub de Inteligencia Artificial y propone instalar centros de datos en la Patagonia (Destape, 2025). Algunos expertos responden que enfriar datos ajenos destruyendo recursos naturales, no es ser un polo de Inteligencia Artificial. De la misma manera, ser pioneros en incorporar Inteligencia Artificial a la educación no significa gran cosa si no hay un criterio pedagógico, ético, filosófico y profundamente humanista que funcione como brújula. 

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