Los años que corren están atravesados por la Pandemia de Covid-19, considerándola como un parteaguas que, indiscutiblemente, repercute en las concepciones, percepciones y vivencias de las juventudes. Por otro lado, los efectos de la globalización que promete generar cercanía, se ve constantemente desafiada por el creciente individualismo. Es decir, que en suma, se trata de una sociedad con incesantes cambios que han puesto en disputa la democracia. Esta puede considerarse en un estado de fatiga, puesto que si bien subsisten las formas institucionales, ante la concentración del poder ejecutivo hay un distanciamiento de la representación ciudadana y la disminución de su participación. En este sentido, tanto la participación como la representación parecen reposar, por un lado, en el ámbito cibernético y, por el otro, en una dinámica adultocentrista que tiende a desplazar el potencial juvenil. Tal lejanía moviliza la desconexión y apatía cultivando el fortalecimiento de discursos destructivos para la memoria y la democracia que, indudablemente, obstaculizan la proyección a un futuro mejor. Es así que estas expectativas de transformación están apaciguadas por el contexto de insatisfacción democrática por parte de las juventudes, no sólo por la nula posibilidad de que el Estado cubra sus demandas, sino que este no los tiene en cuenta al momento de perfilar y desarrollar las soluciones a las problemáticas que los interpela.